La línea azul es la ruta que he seguido y cada letra, una escala de mi viaje.
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Vista desde el cielo, Bolivia tiene una mitad marrón, el Altiplano, y otra verde. Como veis yo ya había recorrido gran parte de la primera y ahora me tocaba conocer la otra, la selva tropical. Había dejado esta parte de mi viaje para el final pensando que sería lo mejor. Acerté de pleno. El punto de partida fue la ciudad de Rurrenabaque.
Rurrenabaque
Aeropuerto de Rurrenabaque |
A la izquierda, el aeropuerto.¿Qué esperabais para una ciudad de 20.000 habitantes? Al menos aterrizan dos aviones al día, no como en los de Castellón o Ciudad Real.
El medio de transporte habitual es la moto. Los taxis son moto-taxis, las familias enteras viajan en una sola moto (todos a la vez, claro está) y el uso del casco parece prohibido a tenor de lo que vi. El ambiente de la ciudad es muy agradable y yo tuve la suerte de no presenciar ningún accidente.
Las casas típicas son como las de la foto de arriba: las paredes de tablones, sin puertas, con una sola habitación que sirve como dormitorio para toda la familia, garaje, cocina y corral para pollos y algún chancho (cerdo). El baño está fuera. En esta vivía un matrimonio con sus cuatro hijos a los que no parecía importarles la falta de intimidad. En un rincón podéis ver la cama con la mosquitera azul levantada. El dueño me dijo que le costó 2000 dólares construirla. Estoy convencido de que así duerme mucho más a pierna suelta que si tuviera una hipoteca de 120.000 euros.
En la selva
De pequeñito yo flipaba con las películas de Tarzán, las de King Kong y con todas en las que salía la selva. Adentrarme en un bosque tropical húmedo era para mí un sueño que al fin he podido realizar. La experiencia no solo no me ha defraudado, sino que me ha despertado el ansia de conocer más y más en el futuro. Intentaré explicaros por qué.
El grupo |
El "plan": en el aeropuerto conocí a dos austriacos ( los dos últimos de la fila) y a un español que también querían adentrarse en la selva. Por referencias llegamos hasta Mario, un taxista que nos hizo de guía (está claro quién es, ¿verdad?), al que le propusimos hacer una ruta de siete días en los cuatro de los que disponíamos.
De nuevo mis planes hacían agua |
El resultado fue que estuvimos andando cuatro días desde las 8 de la mañana hasta las 18 horas sin comer, a base de hoja de coca. El peso de la mochila, el calor húmedo, un gran desnivel que tuvimos que superar el primer día (avanzando a gatas en ocasiones) y la tortura de los mosquitos me llevaron otra vez, igual que en Maragua, a la extenuación. Debo de tener algo de "masoca" para que me gusten estas cosas.
El campamento |
Cuando empezaba a anochecer parábamos, montábamos el campamento haciendo una estructura de ramas para colocar una lona y colgar las mosquiteras. Además colocábamos debajo de todo unas enormes hojas de palma para aislarnos de los insectos y de la humedad. Hacía demasiado calor como para usar saco de dormir.
Esta simpática tarántula tenía su nido a tres metros de nuestras "camas" |
Nuestro espartano almuerzo-merienda-cena |
La única comida del día, aparte de un frugal desayuno, era tan espartana como todo lo demás, y la hacíamos al anochecer. Por poneros un ejemplo, podía ser una olla de arroz con una lata de sardinas con tomate para cinco personas. Comíamos con más ganas que el Lazarillo de Tormes. Pocas veces en mi vida habré comido con tanto gusto.
El agua estaba hirviendo y yo, bien jodido. |
Avanzábamos a una media de unos 30 km al día subiendo desniveles al principio, descendiendo por un río durante dos días y a golpe de machete por la jungla en ocasiones. A mitad del segundo día me sentí desfallecer otra vez pero la opción de volverme parecía peor que la de aguantar. A partir de esa tarde noté que debía de haber perdido unos kilos de barriga, otros de la carga de la mochila y, con la ayuda inestimable de la hoja de coca, empecé a sentirme mejor progresivamente. El último día ya estaba hecho una máquina.
Así nos pusieron los bichos |
Estas picaduras duran muuuchos días |
En la selva hay bichos de todas clases a los que les gusta picar, aguijonear, morder y putear de diversas formas. Los más simpáticos de todos son las hormigas de fuego, cuyo sentido del humor tuve la oportunidad de comprobar en mi nuca y orejas. Al parecer te inyectan un alcaloide (piperidina) cuyo solo recuerdo me produce escalofríos. Me mordieron por la mañana y, por la noche, aún me ardían las orejas. Las avispas son unas aficionadas en comparación.
En las fotos de arriba podéis ver la piel de uno de mis compañeros. Esas picaduras son de una especie de mosquito, no de las hormigas de fuego. A mí me duraron las señales 10 días hasta que en la playa, ya en España, se me borraron gracias al sol y el agua marina.
A todo esto Mario, nuestro tarzanesco e inestimable guía, hizo los más de 100 km de caminata descalzo, sin quejarse ni una vez, con sus santos cojones y su machete, que más parecía una prolongación de su brazo.
La vegetación
Entonces, si todo es tan jodido en la selva, ¿por qué el mismo Colón pensó que estaba ante el Jardín del Edén? Para empezar, por las plantas. Dicen que en una hectárea de pluviselva pueden vivir 600 especies arbóreas diferentes. Sus formas retorcidas, exuberantes y la intensidad de sus diversas tonalidades de verde le dan la apariencia de un jardín divino. Muchos árboles miden 50 o 60 metros y sus copas se entrelazan entre sí, por lo que muy poca luz llega hasta el suelo. Los árboles nuevos tienen que crecer muy rápido hacia arriba porque, si tardaran demasiado, podrían morirse por falta de luz para realizar la fotosíntesis.
La vegetación se organiza en estratos, de manera que las plantas más bajas se han adaptado para bastarse con muy poca luz. Esas plantas son las mismas que usamos en Europa como plantas de interior. Era chocante al principio andar por un sitio tan salvaje entre plantas que me resultaban familiares por haberlas visto en oficinas y en otros lugares de perversión humana.
La vegetación se organiza en estratos, de manera que las plantas más bajas se han adaptado para bastarse con muy poca luz. Esas plantas son las mismas que usamos en Europa como plantas de interior. Era chocante al principio andar por un sitio tan salvaje entre plantas que me resultaban familiares por haberlas visto en oficinas y en otros lugares de perversión humana.
Las lianas, los troncos retorcidos, las hojas gigantes, las raíces adventicias, los juegos de luces y sombras de los escasos claros me producían la sensación de estar en un lugar secreto, vedado, siendo observado sin saberlo. Ver los monos saltar entre las copas de los árboles y las lianas, estando nuestro cuerpo limitado a moverse por el suelo, produce la misma sensación de impotencia que el ver volar a los pájaros. ¿Cómo pudimos ser tan idiotas como para renunciar al cobijo, la protección y el alimento que nos brindaban hace millones de años? Pese a todo, los árboles y plantas nos siguen ofreciendo medicinas, alimentos, combustible, agua limpia, cuerdas, veneno para cazar (por ejemplo, el curare), caucho, drogas, abrigo contra las inclemencias del tiempo y otros muchos regalos, con la sola condición de saber dónde y cómo recogerlos. Para alguien como Mario, la selva es un supermercado abarrotado de productos gratis.
La densidad de la vegetación nos impide ver lo que hay más allá de unos pocos metros (esto dificulta mucho hacer fotos) y a veces, muchas veces, más de cuatro veces, hay que avanzar a golpe de machete. Si el Salar de Uyuni sobrecogía por su grandiosidad, la selva es mágica, seductora, misteriosa, fascinante, salvaje...
Mejor techo que el dorado, fabricado del sabio moro, en jaspes sustentado. |
curare |
caucho |
Raíces adventicias |
¡Coño! ¿Pero es que aquí todo pincha? |
El agua de la liana "uña de gato" es la más fresca y limpia que se puede beber allí |
Cortando hojas de palma para la "cama" |
Los bichos
Ver animales en la selva no es fácil, al menos durante más de un segundo. Normalmente nos huelen y nos escuchan mucho antes de que nos de tiempo a divisarlos y, como no son tontos, saben que cuando llegan humanos lo mejor es quitarse de en medio por si las moscas. Hay que ser muy sigilosos para poder acercarse lo suficiente y observarlos entre la maraña de vegetación. Cuando por fin se los tiene de frente, escapan como alma que lleva el diablo.
El título de rey de la selva amazónica es sin duda para el jaguar. No tuvimos la suerte de avistarlo pero encontramos huellas de varios ejemplares cerca de donde dormimos la segunda noche.
Esta raya de río probablemente es el animal más peligroso con que nos topamos. Son más temidas que las pirañas. Si se pisan, clavan un aguijón con un veneno extremadamente doloroso que puede llegar a producir la muerte. Como estuvimos descendiendo por el río dos días enteros con el agua hasta las rodillas, teníamos que ir con cuidado de no pisarlas. Y había muchísimas...
Pero si hay algo que destaque por variedad y número en la selva son los insectos. Andar en la penumbra del bosque y ver volar miles de mariposas de todos los colores es un espectáculo sublime. En el claroscuro del bosque era consciente de ser testigo de una de las escenas más hermosas que probablemente contemplarán mis ojos. Solo pude fotografiar unas cuantas (algunas de las fotos son de mi amigo Antoñito de Mairena):
Además de mariposas hay miles de especies de insectos, algunos enormes y algunos venenosos. De estos si se va viendo todo el tiempo. Para algunas personas que conozco esto sería una pesadilla.
Hablando de bichos repugnantes, a mí nunca me han dado asco los insectos pero sí los murciélagos. Para mí son ratas con alas y me pone nervioso verlos revolotear cerca de mi cara. En lo que no había reparado antes, hasta que he visto esta foto, es en que tienen un buen par de pelotas.
Los monos son las estrellas de la selva. Abundan los monos-araña, cuyos largos brazos son una eficacísima forma de locomoción entre las copas de los árboles, los aulladores (el de la foto), cuyos tremendos gritos son la quintaesencia de lo salvaje, los monos nocturnos, que nos asustaban con sus ruidos cuando estábamos durmiendo, pues son curiosos por naturaleza y se acercan a los campamentos. Verlos moverse entre los árboles es un placer. El problema es que la mayoría de las especies son muy huidizas.
Y hablando de pájaros. Vimos también muchos loros. Los más frecuentes eran los guacamayos aliverdes (Ara Chloropterus) y los guacamayos azulamarillos (Ara Ararauna). Casi siempre vuelan en parejas y anidan en colonias.
Estos eran jóvenes, pero en la piara había machos imponentes. |
Mi encuentro con la selva ha sido como un enamoramiento. Desde que estuve allí no puedo parar de pensar en volver. No recuerdo haber tenido una sensación semejante con otro lugar. Es el lugar más fascinante que he visto en mi puta vida.
Aquí desde Islandia se te sigue y se te admira. La comunidad hispanofona de la isla esta tradujendo tu blog al islandés y al inglés para que llegue a mas gente. Supongo que ya habrás visto que tienes muchas visitas de Islandia y Noruega por esa causa. Increíble tu relato de la selva!
ResponderEliminarPor cierto, grandiosas fotos, sobre todo la de la araña y los murciélagos. Dan terror!!
Muchas gracias. Desde el principio he advertido el gran seguimiento que mi blog ha tenido en tu isla y eso me ha animado mucho a seguir escribiendo. Saludos cordiales
ResponderEliminarDe todas formas, lo que más me ha sorprendido ha sido el seguimiento que ha tenido en países como Indonesia, Nueva Zelanda o Timor Oriental
ResponderEliminarMuy bueno. Que pena que ya haya terminado.....
ResponderEliminarLa cuestión es que te inventes algo....vete a China y nos lo cuentas!!jajajajja
Abrazo
Alvaro
Claro, tú lo que quieres es que me vaya lejos. No caerá esa breva. Aún me queda la última entrada, que pondré en un par de semanas
ResponderEliminarTodo increible, pero sin duda lo que mas me ha impactado han sido las pelotas de ese murcielago!!! jajajajaja
ResponderEliminarTu sobri.
Sí, no sé ni cómo puede volar con ese peso
ResponderEliminarMigue m ha encantado, sigue contandonos cosas;)
ResponderEliminarMuchas gracias por compartir tu viaje. Estaremos esperando el blog de tu próximo viaje...¿adónde será?. Ya tengo ganas de leerlo.
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